miércoles, 21 de enero de 2009




Revista Noticias
CIENCIA
Los ecologistas bajo sospecha
La investigación argentina que castiga a los ambientalistas. La política y los negocios.


Es como si hubiera caído una bomba. Como cuando a un chico de cuatro años se le dice que los Reyes Magos no existen. Las organizaciones ecologistas, las defensoras de lo más inocente e indefenso de este planeta, acusadas de actuar en nombre de intereses ajenos a la vida y muy cercanos a los negocios, la política y, en algunos casos, el racismo. Así lo deja entrever el periodista Jorge Orduna en su libro “Ecofascismo”, de Editorial Planeta, que analiza los vínculos entre los ambientalistas conservacionistas con el poder de los países centrales y su injerencia sobre las soberanías de los más pobres. Argentina entre ellos.
Empieza desgajando la confianza cuando apunta sobre la vinculación de esos grupos con la teoría de la eugenesia: “la ciencia de mejorar el fondo genético para dar a las razas más apropiadas una mayor posibilidad de prevalecer sobre las menos apropiadas”, Francis Galton (su creador) dixit. Para los eugenicistas, el gran problema de este planeta es que la población tiende a crecer más velozmente que los medios para cobijarla y alimentarla. ¿La solución? Hay que reproducirse menos… en el subdesarrollo.
Si Orduna tuviera que hacer una descripción de lo que se considera ecofascismo, el mismo se caracterizaría por una fuerte idea de proteccionismo sobre los recursos, de conservación de la biodiversidad, de desarrollo de áreas protegidas, de lucha contra ciertos tipos de energía. “La generación de electricidad es contaminante, pero uno de los elementos que menos ensucia es la energía nuclear; contra la cual estas organizaciones luchan a brazo partido. Si empezamos a condenar toda forma de producción industrial que contamine nos quedamos sin energía. Sin energía no hay industrias. Sin industrias, permaneceremos semisalvajes”.
Malas compañías
Una de las organizaciones más citadas es la World Wildlife Fund, WWF o Foro Mundial para la Naturaleza (en la Argentina, Fundación Vida Silvestre, ver: “El valor de las obras”). La WWF tiene ingresos anuales de unos 398 millones de dólares, provenientes en un 60% de donaciones privadas, con un 21,6% de aportes gubernamentales y de agencias de cooperación como Naciones Unidas (ONU), Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), Comisión Europea, Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y Banco Mundial. Entre los privados figuran Monsanto, Dow Chemical, Exxon Mobil, Shell International y Duke Energy. En principio, de ecologistas, nada…
Greenpeace, por su parte, que oficialmente no recibe donaciones que no sean personales, cuenta entre sus mecenas a Ted Turner, el multimillonario fundador de la CNN y ex Time Warner y actual poseedor de 70.000 hectáreas en la Patagonia argentina. Suena extraño, tal vez, a primera vista, casi contrapuesto. Pero para Orduna, “una de las características de estas organizaciones es el deslinde entre lo general y lo particular: no toman en cuenta el país donde trabajan, ni el contexto general de las situaciones”. El ejemplo más claro de esto es la prohibición del uso de pesticidas en zonas del África, donde la mosca tzé-tzé causa tripanosomiasis fuente de la “enfermedad del sueño”, y de una muerte espantosa. Los habitantes del Continente ya habían notado que la vegetación virgen y la fauna salvaje favorecían la aparición del insecto. Pero los conservacionistas europeos, preocupados por la potencial desaparición del antílope (bicho muy cazable, por cierto) hicieron campaña para prohibir el uso de pesticidas. La población empezó a enfermar y a morir… como moscas. En el mismo sentido, el DDT también entró en la mira, y ahí se fue la única protección que había contra la malaria, mal que mata a muchas más personas que el Sida y el cáncer juntos. En los países más pobres.
Marketing y animales.
Algo llamativo es la presencia mediática de muchas de las organizaciones ambientalistas más potentes. Spots publicitarios en la televisión, interminables afiches callejeros, polémicas, actos multitudinarios en calles abarrotadas de curiosos, “asaltos” públicos en desfiles de modas contra el uso de pieles naturales. Quienes hablan de la existencia del eco fascismo ven algo más allá de todo esto: el márketing, la rivalidad por conseguir donaciones y el favor del público masivo.
“Es por esto que se ajustan a las leyes del mercado publicitario, que les exige consignas simples, pegadizas. Y esto no es posible, porque muchos de los problemas ambientales involucran cuestiones de soberanía, de economía, movimientos de poblaciones enteras que a su vez exigen respuestas complicadas, difíciles de explicar al público con un slogan pegadizo”.
Noticias: Es más sencillo y productivo hablarle a la gente de salvar a las focas antes que al demonio de Tasmania…
Orduna: Exacto, las organizaciones empiezan a seleccionar las campañas en función del potencial telegénico, de despertar las pasiones que sean más rentables, con lo cual ciertos animales resultan más vendedores que otros y por ende reciben mucha más atención mediática. Cuando uno consulta la lista de especies amenazadas comprueba que muchas tienen aspecto desagradable o son poco populares, por lo cual no reciben atención. De alguna forma se pervierte la objetividad científica de las organizaciones ecologistas.
Otro de los temas que más encabritan a quienes se refieren al conservacionismo extremo es la creación de santuarios o zonas naturales protegidas que se conforman, dicen, a costa de las personas que las habitan, con sus culturas, sus costumbres y su propia forma de sobrevivir. “Muchos de estos defensores y compradores de santuarios no provienen de la biología o de la ciencia, sino de cualquier industria. Compran grandes territorios y los ceden al Estado a cambio de conservación. Pero la declaración de un Parque Nacional o de una Zona Protegida competen a la Nación, a sus propias necesidades de desarrollo humano, y no deberían ser regalo de un extranjero”, cuestiona Orduna.
Noticias: Pero es que hay especies animales y vegetales en peligro. Sería riesgoso caer en negar el calentamiento planetario, como hizo el presidente George Bush hasta hace poco…
Orduna: Es cierto, pero deep ecology es el nombre de una filosofía dentro del ecologismo tradicional que se emparenta con una mistificación de la naturaleza. Es una concepción que casi ningún científico compartiría: la proyección de cualidades humanas sobre el mundo natural. Eso está muy bien para la poesía, el arte, la filosofía, pero no para determinar qué areas deben ser protegidas y cuáles no desde lo científico.
Noticias: Entonces, ¿qué motivos les adjudica a los ambientalistas para declarar áreas protegidas naturales?
Orduna: No toda área protegida es buena. El Banco Mundial y los planificadores urbanos saben que el impacto humano en el medio ambiente no siempre es negativo, que depende de los elementos en juego. Pero así y todo se instala entre la población la idea de que la creación de toda área protegida es buena. ¿Los motivos para crear Parques Nacionales? Dependen de las personas, pero suelen estar emparentados con la paralización de la zona: se le dice que no a las carreteras, que no a las fábricas. La consecuencia inevitable es el freno al desarrollo. Que esto sea intencional o no es algo secundario, muchas cosas se hacen tratando de no ser consciente de lo que uno está haciendo.
Noticias: ¿En algún lugar cree usted que hay todavía organizaciones ecologistas que trabajen bien, o piensa que todas tienen un sesgo ideológico?
Orduna: No. Hay organizaciones serias, pero al depender de fondos del público o gubernamentales terminan aceptando las leyes del mercado. Y no pueden apelar a la razón o a la ciencia, sino que debe apegarse al estilo de los productos masivos: rivalizan con ONGs más audaces que muestran animales degollados para estimular las pasiones más elementales.
Noticias: ¿Qué es lo que caracterizaría a un grupo que sirva a los intereses de nuestros países entonces?
Orduna: Uno que tenga en cuenta la soberanía de cada nación, sus intereses de largo plazo, el contexto humano y científico. La idea no es defender una ecología fundamentalista, sino una que tenga en cuenta las enfermedades endémicas y la desnutrición, por ejemplo.
Noticias: Perdón la insistencia, pero el cambio climático existe y ya tenemos las consecuencias encima.
Orduna: Ese tema tiene un relato unilateral. Lo cierto es que en la Tierra hubo cinco extinciones generales, algunas se llevaron el 95% de las especies marinas. Se produjeron por vulcanismo, por la caída de meteoritos, por glaciaciones. Hubo un momento en el análisis del tema del calentamiento global en el que hubo debates serios: podemos medir el calentamiento, pero el problema es a quién atribuirlo, si al ser humano o al planeta. Los sectores de la derecha ven el filón de que la gente tenga miedo de la fábrica, de la soja transgénica, del desarrollo… Pero hay que ver la otra cara: la poca prensa que reciben las voces de aquellos científicos que le dan menos relevancia la presencia humana y al desarrollo industrial sobre el calentamiento planetario.



Andrea Gentil
agentil@perfil.com.ar
Revista Noticias, 23 de agosto de 2008. Ps.80-82.






Nadie puede discutir las causas que defienden, aunque sus acciones suelen no ser tan efectivas. Pero hay una historia desconocida, y es que detrás de los grupos ecologistas más “radicalizados”, existe un trasfondo bastante alejado de la transparencia que la mayoría busca para las aguas del mundo. Una poderosa trama de intereses, empresariales y de Estado, “aceita” los engranajes de estas organizaciones, que Jorge Orduna revela en Ecofascismo, una obra que sorprende. En estas páginas, fragmentos de su libro.
Por Jorge Orduna




El carácter y el verdadero significado de la Conquista de América no puede obtenerse de la opinión de los conquistadores.
A juzgar por su opinión, esos hombres no tenían más objetivos que el bien de su patria y de su reino, ni más ambiciones que las de expandir la civilización y el progreso. Lo mismo podría decirse del nazismo o de cualquier otro acontecer histórico del que haya resultado, para muchos, mucho mal.
El movimiento “ecologista” es, indudablemente, un proceso internacional histórico de gran envergadura. Pocos temas tienen el grado de presencia e instalación en la opinión pública mundial como los ambientales. Tampoco es posible ya dudar del interés y los recursos que ciertos sectores de esa globalización, en la que abundan los convidados de piedra, depositan en promover cierta cultura ambiental.
Es pues hora de preguntarse por el verdadero carácter de este movimiento internacional histórico y cuál es su significado para los diferentes países. De dónde vienen y adónde van; a pesar de la opinión de Colón y de la reina Isabel. (...)
Comprender verdaderamente la realidad de instituciones como las grandes ecologistas es un asunto complejo. Principalmente porque estas entidades han empleado y emplean, desde sus orígenes, un buen porcentaje de sus energías y su dinero en la promoción de una imagen de sí mismas; en el marketing de su producto. Y gracias a las empresas de relaciones públicas y publicidad que contratan, han tenido mucho éxito en ese trabajo.
La imagen que han promovido es… justamente la que de ellas tenemos. Gente joven, altruista, libre. Que defendiendo las maravillas naturales de la creación lucha cual pequeño David contra ese Goliat que es tan fácil odiar: la máquina despiadada de un progreso que no repara en destrucción alguna con tal de satisfacer la codicia, las ansias de poder y la ambición humanas.
A favor de las ballenas y contra la energía atómica; defendiendo a la foca bebé y oponiéndose a las impías quillas de la flota pesquera. Jóvenes, buenos y valientes, los ecologistas; de vida deportiva y aire libre empleando lo mejor de sus energías en defender a los animales y la vida silvestre de la contaminación generada por las grandes ciudades, por el hombre.
Y cuando alguien invierte muchos recursos en promover una imagen de sí mismo desequilibra la balanza de la realidad de tal forma que volver a nivelarla nos exige exceder el peso del platillo negado, oculto o, simplemente, no promovido. Porque la función de los comunicadores no es la de presentar, en su artículo periodístico, su programa de radio o TV, su libro o su revista, una versión “equilibrada” de los temas.
Su responsabilidad ética es la de que el público reciba una versión equilibrada de los temas.
Y en casos como éste, donde se entremezclan poderosos intereses e invierten grandes esfuerzos en tañer una sola de las dos campanas que el público debiera escuchar, resulta un deber concentrarse en hacer oír la otra. Es pues en honor a la verdad que se aporta aquí una pequeña parte de la información no promovida, de la imagen no exaltada.



Poblar la Patagonia



La fórmula central ecologista es: “Más población equivale a más contaminación”. Para ambos resulta conveniente y necesario ir “protegiendo” y “reservando” áreas; generar tratados internacionales que necesariamente recortarán las soberanías nacionales; regiones enteras pueden ir pasando bajo control “internacional”, deben ser reconocidas como patrimonio de una humanidad que no todas las partes involucradas entienden de la misma manera. Así pues, un mismo “enemigo”, el crecimiento poblacional y la industrialización, es el factor que vuelve complementarios dos conjuntos de ideas: Antipoblación y Conservacionismo Natural.
Inmediatamente percibimos la correspondencia entre estos discursos y los intereses de las potencias que los promueven; pero es más difícil encontrar que esos dos temas ocupen el mismo lugar en la jerarquía de intereses geopolíticos de las naciones del Sur. No es fácil para estos pueblos resignarse a aceptar que el desarrollo no es ya su máxima prioridad; que la voluntad de obtener independencia en base a industria e investigación, ciencia y tecnología, tendrá que ser relegada al repleto desván de sus aspiraciones frustradas.
No es fácil lograr que en los Estados dependientes se acepten ideas antidesarrollo, antiindustriales y menos aún antipoblacionales en países como Argentina, al que sus habitantes perciben como una nación que debe ser poblada para tirar plenamente partido de la magnitud de sus recursos y su territorio, y donde la expresión “poblar la Patagonia” forma parte de los lugares comunes de la cultura nacional y hasta de la Constitución.
Sin embargo, se puede. Y tal como podemos observarlo diariamente, hasta la cultura de los países puede ser modificada.
Es un hecho que en la percepción pública se ha podido instalar la concepción de que un inminente desastre medioambiental resulta de la “explosión” demográfica; que el calentamiento global es causado por “el ser humano” y que es “el ser humano” el causante de la pérdida irremediable de diversidad biológica. El crecimiento poblacional hace necesario ampliar las áreas de cultivo y esto implica deforestación y reducción de la vida salvaje. La ampliación de los suburbios exige más electricidad, y para producir ésta es necesario consumir materias primas y contaminar. Peor aún si al crecimiento demográfico lo acompañan el desarrollo científico, técnico e industrial, pues entonces, incluso con los métodos y tecnologías más avanzados, la contaminación crece.
Proviniendo de organizaciones basadas en Europa –donde las tendencias demográficas son negativas, o de reemplazo, o de ínfimo crecimiento–, no es difícil deducir dónde está geográficamente situado ese “ser humano” que tanto se multiplica amenazando con ello el medio ambiente.
Era pues inevitable que estas filosofías ecologistas de países industrializados fueran a coincidir con las antipoblacionales, surgidas en los mismos países y promovidas por los mismos bolsillos, siempre preocupados por esos recursos que los excesos reproductivos de los menos adaptados dilapidan. Problemas de medio ambiente y problemas de población son convertidos en hermanos inseparables, y los más variados profesionales contribuyen con lo suyo, nombrando a veces la trilogía completa.



La tierra protegida



El aparato central del movimiento de conservación de la naturaleza internacional tiene origen y desarrollo con participación gubernamental británica. Se internacionaliza a partir de la creación de áreas protegidas y parques nacionales, primero en las colonias y luego en las que serían ex colonias británicas. Más tarde, entra en escena Estados Unidos.
El temprano surgimiento de organismos de protección natural y la creación de áreas reservadas “protegidas” aparece siempre ligado a la sustracción de territorios al uso público y no sólo a una ingenua y compasiva actitud hacia la naturaleza y sus maravillas. El principal “enemigo” y la principal “amenaza” a la “prístina” pureza natural son los “comunes”, los campesinos, el “bajo pueblo”, la “plebe” y, más adelante, a medida que la necesidad de recursos aumentaba junto con la expansión industrial y comercial, los pueblos “incivilizados” del Tercer Mundo, conjunto en el que son incluidas sus empresas de capital nacional y las estatales. Hasta los años ochenta del siglo XX el personal de las oficinas y la plana mayor de la ecología africana lo integraban casi exclusivamente blancos europeos.
La opinión, incluso de calificados africanos, no ha sido tenida en cuenta. La percepción en los sectores dominantes del Norte respecto de las áreas protegidas en el Sur es la de territorios que hay que salvar de la bárbara depredación por parte de pueblos cuyos Estados por algo figuran en los primeros puestos de corrupción del planeta. Territorios que también debe protegerse de la “explosión” poblacional “incontrolada”, la “explosión” cuantitativa de inútiles consumidores y despilfarradores de recursos mal administrados. Territorios que las ex metrópolis coloniales nunca se resignaron a perder y que, con bastante razón por cierto, nunca consideraron auténticamente independientes. En las grandes potencias industriales, poderosos sectores consideran que los recursos situados en el Tercer Mundo deben pasar a “control internacional”, a manos de quienes realmente están capacitados para hacer un uso eficiente, racional y “sustentable” de estos recursos. Los Estados corruptos, rogue states, no son fiables.
De ahí que cuando alguien firma un convenio que declara “patrimonio de la humanidad” a ciudades enteras y grandes extensiones territoriales, debiera cerciorarse primero de qué concepto de “humanidad” manejan sus contrapartes. Pues no son pocos ni débiles los sectores que en el Norte consideran que la “humanidad” debiera contar con mil millones de habitantes y no los seis o siete actuales; y cuando plantean detener y revertir las tendencias demográficas sin alterar las estructuras socioeconómicas internacionales no tienen sus ojos puestos precisamente en Noruega, sino en todo el Tercer Mundo.
Por lo demás, esta ideología colonial, históricamente emparentada con el racismo y el genocidio, está relacionada con las más poderosas instituciones conservacionistas y ecologistas mundiales, desde sus orígenes y a lo largo de su desarrollo, hasta el presente.



Organizaciones y dinero



(...) De gran tamaño hay unas cincuenta más. Luego siguen las pequeñas y medianas fundaciones y luego los donantes particulares individuales que, aunque muchos, no dan más que monedas para las ONG, no llegando a sumar el uno por ciento del total donado en Estados Unidos. De este uno por ciento sólo una fracción resulta de quienes otorgan más de diez mil dólares. Los que donan para causas verdes son una fracción de aquella fracción. Pero sucede que, al decidir sus aportes, todos éstos se guían por lo que hacen las grandes fundaciones, resultando de ello, según los observadores, que cuarenta familias determinan el tipo de proyectos y de organizaciones que recibirán el grueso del apoyo anual. No es sorprendente entonces que con semejantes recursos se instalen de la noche a la mañana temas determinados en la opinión pública. Más aún cuando llevan más de tres décadas promoviéndolos con sumas semejantes.
Los montos comprometidos son del orden de los diez mil millones de dólares anuales, que se reparten en todo tipo de proyectos donde son centrales el medio ambiente y la protección y conservación naturales, comprendiendo los ingresos de académicos, científicos, profesionales varios, dirigentes barriales y comunales, estudiantes, asociaciones juveniles y trabajadores a los que esta lluvia anual de dólares adormece todo espíritu crítico o inquisitivo respecto de sus mandantes. El resultado es que miles de jóvenes son ganados a una causa loable, pero al mismo tiempo su voluntad de organización independiente es atrofiada con la instalación de organizaciones “ya listas”: las poderosas ambientalistas extranjeras. ¿Para qué trabajar por el desarrollo de una ecología propia, crítica e independiente, si aquéllas ya tienen un aparato, prestigio, presencia mediática, financiación y experiencia listos para llevar y servirse? Los jóvenes ecodependientes no son entonces más que el reflejo en la ecología de la situación general de los países del Sur respecto de los del Norte.
Por lo demás, cualquiera puede consultar los balances anuales de la Fundación Rockefeller (o cualquiera de las grandes) y ver cómo rentabiliza su dinero: bonos del Tesoro de Estados Unidos, acciones de empresas como Pfizer, Pepsico, Wal Mart, Exxon Mobil, General Electric, McDonald’s o Northrop Grumman, el fabricante de aviones de guerra, sistemas de guiado y municiones de variado tipo. Con ese dinero, salvemos a las ballenas y el medio ambiente.



Los búfalos de Turner



Greenpeace es otra de las grandes ecologistas transnacionales y reúne todos los elementos del rubro. Fundada y financiada por cuáqueros en los años 70, ha sido reiteradamente denunciada por despreciar a las poblaciones locales, a las que sus campañas protegiendo plantas y animales habrían despojado de medios de vida, posibilidades de desarrollo y cultura.
Así sucedió con los aborígenes en Groenlandia respecto de la caza de focas. Buscando anular la caza industrial de estos animales, Greenpeace aniquiló el mercado europeo para las pieles, pero numerosas comunidades esquimales tenían ese mercado como fuente principal –en muchos casos única– de ingresos y desarrollo.
Aunque fundada en Canadá, la organización estableció su sede central en Amsterdam, Holanda, y es principalmente de Europa y Estados Unidos de donde proviene hoy la mayor parte de sus ingresos globales. Greenpeace asegura no recibir donaciones de empresas o gobiernos, sino sólo de individuos e instituciones.
Claro que entre éstas habría que mencionar algunas como las de Ted Turner, el magnate propietario de más de 70 mil hectáreas en Argentina. Las tierras que Turner posee en Estados Unidos (700 mil hectáreas repartidas en 10 estados) lo convierten en el primer terrateniente de ese país.
Hombre de negocios, Ted. Poseedor de la mayor manada de búfalos del mundo (27 mil cabezas), es también el principal productor de ese especial tipo de carne. Según Audrey Hudson, del Washington Times, Ted ha organizado cacerías para millonarios en las que cobra 10.500 dólares por cazador.
A ese precio se comprende que Turner hace un manejo “sustentable” de las 27 mil cabezas. Por otra parte, nada se desperdicia: la carne de los animales así muertos forma parte de la que vende. Interesado en la integración vertical de su negocio, en 2002 creó una cadena de restaurantes (Ted’s Montana Grill) especializada en carne de búfalo. La imagen de ambientalista y los millones que aporta a la causa verde también le han sido útiles: por una parte, ninguna organización ecologista lo molesta (algunos de sus miembros, por lo bajo, lo llaman Daddy Greenbucks: “Papito billetes verdes”); por otra, ha logrado que sus “ranchos” recibieran subsidios gubernamentales entre 1996 y 2000 por valor de 217 mil dólares en fondos federales.



Edición Impresa
Domingo 17 de Agosto de 2008Año III Nº 0287Buenos Aires, Argentina
DataRioja primer semanario digital
31 de diciembre de 2008
“Ecofascismo”: un libro que genera ruido y nuevas preguntas
Desenmascarando a algunos verdes

La ecología y el cuidado del medio ambiente se han instalado en la sociedad como un discurso efectivo y necesario. Sin embargo, en este libro “Ecofascismo, Las internacionales ecologistas y las soberanías nacionales”, Jorge Orduna advierte sobre las estrategias manipuladoras del capital político y económico del primer mundo sobre los países subdesarrollados y la peligrosa relación entre eugenicistas y ecologistas. También plantea las contradicciones entre salvar ballenas y ositos panda mientras crece la indiferencia hacia el hambre y la contaminación.
Escribir, analizar y desenmascarar a la maraña de personas, empresas privadas y agencias estatales que sostienen a las más importantes organizaciones no gubernamentales ecologistas es el eje de este libro que además sacude “premisas” fuertemente arraigadas en países del tercer mundo, particularmente en Argentina, vinculados a conceptos como “planificación y control de la natalidad” y “patrimonio de la humanidad”, por solo citar algunos de los más relevantes. La brillante estrategia de dominación de los países del primer mundo que integran especialmente América del Norte y Europa encontraron una estrategia de control y dominación mucho más efectiva y mucho menos escandalosa y violenta que las guerras y la intervención de gobiernos democráticos a partir del financiamiento de los golpes de estado. Ahora invierten en ONG ecologistas a través de atractivos anuncios publicitarios. Además de haber convencido a la mayor parte de la población, en especial a la masa crítica de las sociedades en vías de desarrollo, que todo lo que proponen los organismos internacionales es palabra santa, que los políticos no son confiables por la corrupción generalizada –algo obvio para los habitantes del tercer mundo- y que la mayoría de las propuestas e ideas que vienen del exterior son buenas por su sola procedencia. Rubios y ojos azulesSeguramente lo más sorprendente y preocupante de lo que plantea este trabajo de Orduna, periodista y ensayista argentino que vivió muchos años en Francia y que hoy reside en las afueras de Mendoza, es la relación entre algunos ecologistas y quienes propician la pureza de la raza y bregan por reducir el crecimiento demográfico para garantizar la subsistencia de la especie humana, denominados eugenicistas. Según Francis Dalton la eugenesia es la ciencia del mejoramiento del fondo genético de la raza humana a través de la mejor cruza. “Comprender verdaderamente la realidad de instituciones como las grandes ecologistas es un asunto complejo. Principalmente porque estas entidades han empleado y emplean, desde sus orígenes, un buen porcentaje de sus energías y su dinero en la promoción de una imagen de sí mismas; en el marketing de su producto. Y gracias a las empresas de relaciones públicas y de publicidad que contratan, han tenido mucho éxito en su trabajo”, explica el escritor en el prólogo de “Ecofascismo”.La imagen que han promovido es justamente la que de ella tenemos, explica Orduna, “Gente joven, altruista, libre. Que defendiendo las maravillas naturales de la creación lucha cual pequeño David contra ese Goliat que es tan fácil odiar: la máquina despiadada de un progreso que no repara en destrucción alguna con tal de satisfacer la codicia, las ansias de poder y la ambición humanas”. Para describir el gigantesco entramado que conforma el ecologismo internacional, el escritor relata la situación de las Islas Galápagos en Ecuador, como podría haber sido cualquier otro parque nacional de países en desarrollo donde la influencia de estas organizaciones se ha dejado sentir. En este trabajo Orduna utiliza indistintamente ecologismo, conservacionismo, ambientalismo y preservacionismo, que se convierten también, más allá de las sutiles diferencias para quienes forman parte de movimientos o acciones ecologistas, un gran aporte para comprender mejor el perfil y los objetivos de algunas ONG que no son necesariamente lo que parecen o que al menos no tienen como verdadera meta mejorar la calidad de vida de las comunidades del tercer mundo.La importancia y la necesidad de la planificación familiar en el sur del globo a partir de políticas nacionales propias de cada país suelen chocar con las políticas de control de la natalidad que las organizaciones internacionales pretenden imponer en función de una posición más cercana al temor por la sobrepoblación y la escasez de recursos naturales que podría afectar a las comunidades del norte, consideradas superiores por sus propios integrantes. Fieles seguidores de la teoría de la evolución de Charles Darwin, suelen asimilar la realidad de plantas y animales al ser humano. El escritor denuncia precisamente la intromisión de organizaciones y personajes influyentes como el dueño de la CNN, Ted Turner, y Douglas Tompkins, entre otros multimillonarios extranjeros.Las contradicciones que evidencia el planteo de continuar con el consumo excesivo en países desarrollados mientras se intenta limitar la producción y el crecimiento en los del tercero, forma parte de este particular enfoque de Ecofascismo. Marketing greenLa inversión publicitaria que describe el periodista es elocuente. En uno de los capítulos “La foca”, describe la vida de los esquimales, su necesidad de subsistir y la defensa que hacen los ecologistas de lo que es para estas comunidades su principal alimento. También hace referencia a la gran defensa que hacen de las ballenas, el oso panda y los animales salvajes de Sudáfrica, con indiferencia total sobre sus poblaciones y subsistencia.Abrir los ojosEl planteo crudo y sin concesiones que realiza Orduna provoca un sacudón necesario en diferentes referentes sociales que toman ciertos conceptos actuales como verdades reveladas y ciertos organismos como impolutos e incuestionables: ONU, OMS u OPS, entre otras.La mayoría de los argentinos nos alegramos cada vez que un lugar del país es reconocido como patrimonio de la humanidad. El valor turístico que adquirió Talampaya (La Rioja) y la Quebrada de Humahuaca (Jujuy) son solo algunos ejemplos. Sin embargo, poco espacio tienen en los medios las denuncias sobre la compra de tierras a precios irrisorios en Tilcara por parte de extranjeros a habitantes originarios. La enorme cantidad de empresarios y artistas norteamericanos que son propietarios de enormes extensiones de tierras en la Patagonia –donde Argentina tiene recursos estratégicos- son otra muestra de la falta de protección local y la voracidad del capital que llega de afuera. El surgimiento de parques nacionales y áreas reservadas, son también parte de la estrategia de dominación de las grandes corporaciones. Sin saberlo, los nacionales de los países emergentes somos los primeros en aceptar pacíficamente que los organismos internacionales están mejor capacitados para administrar y proteger nuestros propios recursos y patrimonio.En Ecofascismo, Orduna deja en claro la diferencia entre los intereses que defiende Greenpeace u otras grandes ambientalistas con toda su parnaferlaria publicitaria y las organizaciones de vecinos que luchan y reclaman por situaciones ambientales específicas, aunque no profundiza en lo que sucede actualmente con las asambleas ciudadanas que crecen y se fortalecen en diferentes puntos de Latinoamérica. Esta ausencia tal vez sea el punto más débil de este trabajo que desnuda una realidad preocupante pero a la vez no analiza la movida de grupos de vecinos autoconvocados que se reúnen con propósitos diametralmente diferentes a los descriptos en este libro.Después de leer a Orduna varios socios riojanos de la ONG ambientalista internacional más conocida y a la cual aportan mensualmente comenzaron a preguntarse por qué esta organización no se compromete con los reclamos mineros que surgieron a lo largo y ancho de Argentina, Chile, Perú y Bolivia, entre otros países. En definitiva, Ecofascismo es un libro que no aporta solo respuestas, sino que provoca un necesario ruido y muchas preguntas. Un trabajo muy interesante que permite mirar el mundo con los ojos más abiertos, con menos ingenuidad pero también con más responsabilidad y compromiso.
Redacción DataRioja



VIVA, la revista dominical de Clarín
Entrevista: el autor de “Ecofascismo” denuncia la manipulación ambientalista.
Jorge Orduna
Pensar en verde


Él ha escrito un libro que va a caerle como piedra a muchos. Jorge Orduna, periodista y ensayista que ha vivido en varios países antes de volver a instalarse en un paraje bello y desolado en la base de la cordillera mendocina, cree que su amor por la naturaleza lo amparará de las críticas que seguramente van a llegarle. En el reciente “Ecofascismo, las internacionales ecologistas y las soberanías nacionales” (editorial Planeta) denuncia la intromisión de organizaciones y personajes influyentes en la soberanía de los países subdesarrollados, el doble discurso ambientalista de los gobiernos centrales, los efectos discriminatorios de una nueva cultura verde de las clases acomodadas de Europa y EE.UU. y las vinculaciones entre los más conspicuos conservacionistas con movimientos de ideologías racistas. Epa. Valga la primera aclaración: “Mi libro no es sobre ecología, sino sobre relaciones internacionales”, dice el autor por teléfono.
Sigamos. “Comprender verdaderamente la realidad de instituciones como las ecologistas es un asunto complejo. Principalmente porque estas entidades han empleado y emplean, desde sus orígenes, un buen porcentaje de sus energías y su dinero en la promoción de una imagen de sí mismas”, escribe. Pero, ¿cuál es esa imagen? “Justamente la que tenemos: gente joven, altruista, libre y valiente que defiende la vida silvestre de la contaminación generada por las grandes ciudades, por el hombre y el progreso”. Para Orduna, la cuestión del ecologismo (usado como sinónimo de ambientalismo, conservacionismo o preservacionismo) es “un paradigma el signo de los tiempos: la implementación reaccionaria de causas aparentemente progresistas”.
Veamos.
“Hay un factor profundamente conservador en el ambientalismo. En muchos casos se considera que la sola presencia del ser humano altera el medioambiente. El ser humano, al multiplicarse, va necesitando cada vez más espacio. Va desforestando y eliminando la fauna que depreda la agricultura como prerrequisito del desarrollo agrícola. Tomemos el ejemplo de Kenia, donde los ingleses pasaron de defender al leopardo cuando no había emprendimientos agrícolas a modificar la legislación ambiental y eliminarlo cuando llegaron sus colonos a desarrollar ganadería propia. En Europa occidental, por ejemplo, no queda nada de bosque nativo porque ellos ha controlado su medioambiente en función de sus necesidades humanas. Pero ahora, por caso, se le pide a América latina que no toque su bosque nativo y a África que mantenga manadas de elefantes que destrozan plantaciones y son muy peligrosas hasta para los humanos”.
De este razonamiento básico (a mayor población, mayor degradación ambiental) parten las iniciativas de control poblacional, compartidas por muchos ecologistas y, también, por los movimientos racistas. Para el autor, el bombardeo mediático está generando un tipo de “hipersensibilidad” que lleva a posturas ecologistas radicales. “Todos los canales naturalistas son extranjeros y tienen una visión del conservacionismo muy diferente de la que desarrollaríamos nosotros. El ser humano tiende a sensibilizarse bajo la forma que le es propuesta y si le muestran la caza de una foca se piensa más “pobre animalito” que “pobre familia esquimal” que no tendrá ni comida ni vestimenta ni calor ni luz sin esa caza. Si yo tengo un rancho en el norte argentino, mi actitud con el bosque nativo no será la misma que aquél que lo ve por Animal Planet. Es un bombardeo que tiene un efecto de radicalización sin distinciones: nadie quiere chimeneas, basura o contaminación, pero lo coherente sería no coartar toda forma de desarrollo por posturas extremistas”.
¿A quién hay que escuchar entonces?
Al sector científico nacional. Los temas de medioambiente, de ecología y de recursos son demasiado importantes para dejarlos en manos de ambientalistas de los países industriales. Uno de los problemas principales es el tremendo instrumento que significa para los ecologistas la presencia mediática. En EE.UU. y en Europa están creando una cultura en torno de la ecología para la clase media acomodada. Ese nuevo ecologista está a favor de la energía nuclear, no consume productos que vengan de más de 25 kilómetros y compra en tiendas de lujo productos ecológicamente sanos. Sin embargo, por su consumo energético, un estadounidense arroja a la atmósfera veinte toneladas métricas de dióxido de carbono, mientras un argentino, sólo tres. Pero si el producto es menos ecológico cuanto más lejanamente se produce (por el efecto contaminante del combustible que se utiliza para su transporte), ¿qué pasará con nosotros, que somos proveedores a una distancia enorme de los centros de consumo europeos y estadounidenses? La ecología es una forma sofisticada de dominación para mantener el lugar de privilegio que hoy tienen.
Orduna critica a los dirigentes de las organizaciones vinculadas a los partidos de derecha, grupos paramilitares, fabricantes de armas, nazis y fábricas contaminantes. Sin embargo, están también quienes gozan de una buena imagen pública. Hablamos de los empresarios estadounidenses Douglas Tompkins y Ted Turner, quienes han comprado enormes porciones de territorio en América latina y África con el publicitado objetivo de preservar su riqueza natural. “Esta gente compra cientos de miles de hectáreas y las entrega al Estado con la idea de convertirlas en áreas protegidas. Aunque suene paradójico, un parque natural también tiene un impacto ambiental. Decidir si se va a hacer o no un área reservada es una competencia del Estado, y no siempre está bien. En el Sur, por ejemplo, donde Tompkins tiene unas 800 mil hectáreas, hay tierras fértiles que podrían cultivarse si se desviaran ríos. Pero si las compran, bloquean el desarrollo económico. “Conservar el mediambiente” no hace crecer a un país ni cultural ni económica ni socialmente”.
¿Hace bien en alterarse el presidente de Brasil cada vez que desde el Primer Mundo quieren proteger el Amazonas?
Es un problema de soberanía. La propaganda ecologista apoya una visión desde el mundo industrial sobre el Tercer Mundo prácticamente de propiedad. Son tan valiosos los bienes de la biodiversidad de la selva amazónica, que se instala la percepción de que eso es patrimonio global. El catastrofismo lleva a la opinión pública de los países industriales a la intervención. Es fácil señalarnos como afectando bienes de toda la humanidad y dar por sentado que no tenemos derecho a administrar nuestros recursos.






Texto: Ana Laura Pérez (alperez@clarin.com)
Fotos: Coco Yañez.






Revista VIVA, , 17 de agosto de 2008. Ps.36-40.





“Las ONG ecologistas son colonialistas”


Por Agustín J. Valle /

En su libro Ecofascismo, acusa a las grandes organizaciones ambientalistas de ser instrumentos de intervención sobre las soberanías nacionales de los países del Tercer Mundo. También considera que forman parte de un formidable negocio -con ramificaciones políticas y económicas- del que viven miles de personas en todo el mundo.
Las voces disonantes nos alertan de nuestra participación irreflexiva en consensos naturalizados,y, según Jorge Orduna, las megalópolis contemporáneas sufren la naturalización de nociones sobre la naturaleza, que es preciso rever. “El trabajo sobre la opinión pública es tal que parecería que la creación de un parque nacional no puede ser tomada nunca de otra manera que no sea positiva”, dice el periodista. Las organizaciones ecologistas, plantea en el libro editado por Planeta vía su sello Martínez Roca, son poderosas redes político-económicas -donde lo científico está ausente- que manejan anualmente al menos siete mil millones de dólares con los cuales viven miles de personas y logran injerencia en las decisiones territoriales de los países tercermundistas.
¿Sobre qué se basa la sana imagen de la que gozan socialmente estas organizaciones? La población urbana es proclive a sensibilizarse respecto de la naturaleza, incluso a mistificarla, justamente por la escasez de vida natural en la ciudad. Se margina la visión objetiva y científica. En parte, los medios promueven esta hipersensibilización. Es notable la cantidad de gente que se pasa el día enganchada a la amplia oferta de canales televisivos sobre las maravillas del mundo natural, a veces, como un modo de evitar enterarse de política, como un refugio frente a la realidad social, y ahí se difunde una serie de preconceptos sobre lo natural que no siempre son buenos para un país. Se tiende a olvidar que la determinación de la conveniencia o no de un parque natural es un asunto a debate que debe ser decidido por los especialistas teniendo en cuenta intereses de desarrollo económico nacionales; es decir, tiene que ser decidido por el país, no promovido por organizaciones no gubernamentales transnacionales.En los últimos años, ¿se crearon parques?Sí, claro, a veces a pedido de propietarios privados extranjeros, como en Corrientes y en la Patagonia. Dicen protección cuando hablan de no desarrollo. Uno se pregunta si es gente que viene de la biología, pero no, vienen del corte y confección, son empresarios de indumentaria deportiva que han hecho millones en Estados Unidos. Seguramente, sean grandes artistas en su trabajo, pero nada los califica para decidir sobre nuestros recursos naturales. Un ejemplo es Douglas Tompkins, que pertenece a la ONG Deep Ecology, que causalmente también tiene una filosofía ecologista. Su planteo del mundo es más asimilable a una secta religiosa que a una organización científica.¿En qué se parece a una secta?Insisten en una antropomorfización de la naturaleza casi fanática. Los activistas consideran que los árboles son hermanos o que hay que tratarlos como a nuestros mayores, pero a mis mayores no los talo. Proyectan cualidades y valores humanos sobre plantas y animales. Lo cual está muy bien, para la poesía. Pero no para la ciencia ni para organizar territorialmente un país. En esta capacidad de enajenarnos en la naturaleza, tiene mucho que ver la influencia de los dibujos animados estadounidenses, perfectamente coherentes con el hecho de que haya gente que vive sola y termine sosteniendo que su mascota es mejor que las personas. Este tipo de cosas, en quienes están en una relación de mayor necesidad con la naturaleza, adquiere una forma más realista. En el campo, la gente adora a los perros, sin embargo, no les permiten acercarse a la casa porque traen bichos, es una cuestión de higiene, sencillamente. El hombre urbano ve crueldad en esa conducta, pero si criara ahí a sus hijos comprendería rápidamente. O en el monte, digamos de San Luis para arriba, alrededor de las casas en el campo anidan montones de bichos, vinchucas, escorpiones, y si uno tiene niños, encuentra como solución quemar una hectárea alrededor, por lo que difícilmente se lo pueda acusar de otra cosa diferente que de proteger a su familia.¿Alguna de las distintas filosofías ecologistas le cae mejor?Me quedaría en el terreno científico, fuera de una asociación de este tipo. La historia de la Tierra muestra abundantes extinciones, casi totales, de las especies. Hubo calentamientos globales, hubo inundaciones, vulcanismo, meteoritos, que generaron extinciones masivas, hasta el noventa por ciento de las especies marinas, por ejemplo, en algunos casos. Entonces, ¿de qué se habla cuando se habla de equilibrio ecológico? No es que el mundo viene así desde siempre y nosotros lo estamos alterando, sino que es el resultado de una permanente situación de cambio; en ese devenir, en cierta forma caótico, nos encuentra el presente. Y tenemos un poder, el poder de influir sobre la naturaleza. ¿De qué manera influimos? Vamos a tener que establecer una jerarquía de valores y, para hacerlo, hay que tener en cuenta los abordajes científicos interdisciplinarios, no a las organizaciones de militancia y lobby. Al menos, no para crear parques nacionales, que son cosas que tienen que ver con la soberanía de los países. Si no, nuestros gobiernos terminan recibiendo de las ONG un asesoramiento para lo que tendrían que resolver por sí mismos y con criterio independiente; es una forma de colonialismo.¿Cómo surgen estas organizaciones con tinte colonialista?Muchas veces, no hay intereses preconcebidos sino que surgen espontáneamente, pero en cuanto tienen cierto éxito hay media docena de verdaderos sectores de poder tratando de ponerle el sombrero. ¿Cuáles son esos sectores?Lo que muestran los directorios de las conservacionistas es una gran cantidad de gente de empresas multinacionales, que no tienen nada que ver con las imágenes promovidas de organizaciones ambientalistas, de jovencitos en un bote enfrentando a la flota pesquera. ¿Y qué beneficios obtienen esos sectores de la existencia de Greenpeace, por ejemplo?Algunos sectores tienen interés de que exista en Estados Unidos y, otros, de que exista en el exterior. Dentro de Estados Unidos, las actividades de los ecologistas tienen el mismo efecto que aquí, de poner trabas al desarrollo industrial, es decir, que a nosotros nos convendría que les fuera bien, pero en países con industria débil como los nuestros, cada freno es mucho más significativo. ¿Cuáles son las fuentes de financiación?Tiene dos fuentes principales. Una, gubernamental; otra, la de las big charities de Estados Unidos, las grandes organizaciones filantrópicas, generalmente de raíz protestante. Los volúmenes que maneja son inmensos. Y su distribución es una política que implica una ideología.¿Hay montos estimados?En ecología se habla de siete mil millones de dólares, pero se puede sumar mucho más porque están también los ministerios de cooperación europeos, las oficinas de protección ambiental. Hay muchísima gente viviendo de los problemas ecológicos. Es una cadena de intereses sumamente compleja. Por otra parte, fuera de estas formas de financiación más clásicas, están también las que se jactan de no recibir fondos, que reconocen el condicionamiento que eso implica. Quedan obligados a que el público los financie. Para eso, apelan a mecanismos de marketing y publicidad. Y así se hacen muchas más campañas para alertar sobre el peligro de extinción de animales fácilmente antropomorfizables que sobre otros que, tal vez, están en un riesgo mucho mayor pero tienen la mala suerte de ser feos. ¿Qué podría hacer el Estado para evitar la injerencia abusiva de estas entidades?Dejar las decisiones en manos de especialistas. La capacidad científica está. Pero el sector científico carece de medios y de una política comunicacional agresiva para defenderse de esta inducción de la opinión pública por parte de quienes sí se han dado cuenta de la importancia que tiene en las democracias modernas la presencia mediática y la opinión pública.






Revista Debate, 6 de setiembre de 2008.





Jorge Orduna
“No nos sirve vivir en un jardín gigante”

Por Martín Mazzini

Pone a las organizaciones ecologistas bajo la mira y afirma que llevadas al extremo son un arma del imperialismo. La investigación para su libro Ecofascismo y una óptica particular sobre un tema candente.


En los ’70, los jóvenes volcaban su sensibilidad a lo social. Ahora, impedidos tal vez de hacerlo, la vuelcan a lo natural. Pero queda una cuenta pendiente”, dice Jorge Orduna, periodista y ensayista que investigó la estructura de las organizaciones ecologistas y acaba de publicar Ecofascismo (Martínez Roca/Planeta), donde denuncia la reiteración de ideas racistas entre sus fundadores, el fundamentalismo que termina por perjudicar al hombre y una nueva forma de imperialismo. Salvando las distancias, el libro de Orduna (autor, también, de ONG. Las mentiras de la ayuda) es algo así como un Para leer al Pato Donald de la ecología.–¿Está de acuerdo con el consenso sobre el cambio climático?–Sí, pero no con el pánico. En la forma dramática en que está siendo presentado el problema hay exageración y voluntad de generar en el público una actitud favorable a determinaciones que se toman a nivel internacional sobre estos problemas. La publicidad apocalíptica siempre funcionó bien en la sociedad norteamericana, por su componente protestante. Para países débiles como los nuestros, es un peligro aceptar cualquier cosa porque están en juego los recursos. Ciertos temas se plantean sin mostrar la otra cara. Por ejemplo, hubo cinco o seis grandes hecatombes ambientales y en una desapareció el 95 por ciento de las especies marinas. Cuando surgieron datos que indicaban un calentamiento global, se debatió en la comunidad científica si la causa era humana. Pero rápidamente se pasó a promover de manera exclusiva el origen humano. El mensaje mediático no coincide con la necesidad de buena información de la gente.–¿Cuál es el peligro?–Películas como La verdad incómoda de Al Gore generan una opinión pública favorable al conservacionismo. Entre lo que se puede hacer, está la creación de áreas protegidas o parques nacionales, que proliferaron en los países latinoamericanos. En zonas nuevas como la Patagonia, Douglas Tompkins compró miles de hectáreas que entregaría al Estado para que las convierta en reserva. La creación de un parque nacional es un tema de soberanía. Y no todo lo que se conserva está bien. Si no, terminaríamos viviendo en un gran parque. La conservación implica limitaciones para el desarrollo en base a ciencia, tecnología e industria. No nos sirve vivir en un jardín gigante.–¿Qué le critica a Tompkins y al altruismo?–Tompkins se hizo millonario viniendo del corte y confección: no tiene ninguna calificación. Si uno lee sus sitios de Internet verá que varios ecologistas son prácticamente sectas religiosas. Hacen una transferencia de valores humanos a la naturaleza: los árboles son sagrados, las montañas hermanas. No funcionan con la ciencia. Y estas asociaciones, que figuran como entidades científicas, determinan la creación de parques con esa filosofía a nivel mundial: son consejeras de las Naciones Unidas, los gobiernos les piden consejo, tienen una presencia mediática muy importante. La situación de los organismos científicos en la Argentina es tan mala que los medios piden información a los ecologistas antes que al Conicet. Y no son temas de ciencias exactas: hay distintas visiones.–¿Cómo describiría la filosofía verde?–Se compone por un lado de una visión new age, que de nueva no tiene nada, existió en tiempos de la Alemania nazi. Por el otro, señalo el carácter antidemocrático que tiene la promoción del control poblacional en países del Tercer Mundo por parte de ecologistas del primero; es un elemento fascista. No se consulta a nadie y se decide por nosotros.La afirmación de Orduna puede sonar exagerada, pero su investigación muestra un vínculo entre las ideas eugenésicas, una interpretación interesada de las teorías de Darwin aplicadas a la humanidad, y la fundación de las entidades ecologistas que dominan el panorama hoy (como World Wildlife Foundation, cuya filial argentina es Vida Silvestre). “Ernst Haeckel, creador del concepto moderno de ecología, fue uno de los principales contribuyentes al marco teórico del nazismo”, sostiene Orduna en su libro.–¿Estas ideas siguen presentes?–En general, sí. Hay ecologistas en Alemania que entienden este aspecto del problema, pero son pocos. Los grandes aparatos se mueven en base a los medios y adoptan, para influir, tácticas de marketing: buscan lo más escandaloso.–¿El planteo es que la superpoblación destruye el planeta y hay que reducir la cantidad de gente?–Exacto. Como decía Malthus, naturalmente van a morir por hambrunas y guerras, entonces conviene promover la disminución poblacional. La superpoblación es un problema grave, pero las soluciones deberían surgir de la decisión soberana de los países. Además, reducir la población no es la única manera. La idea de equilibrar los ingresos no aparece nunca. Es la señora del country que ve crecer detrás de la pared la villa miseria y tiene empleadas domésticas que vienen de ahí. Estados Unidos y todos los países industrializados se sienten amenazados por el crecimiento de población. Para ellos es una amenaza a la seguridad, pero lo plantean como una amenaza para la humanidad. África no está superpoblada: no hay inversión agrícola. Entonces, la gente se amontona en suburbios y las imágenes que nos llegan son de multitudes empobrecidas caminando por el barro. Y en el interior hay parques maravillosos, inmensos... sin cercos. La gente que cultiva lechuga se encuentra a las tres de la mañana un elefante destrozando su trabajo de meses.–Impresiona lo que cuenta sobre el marfil: que la prohibición total no era la mejor opción, incluso entre los ecologistas.–Pero era más fácil vender esa idea, aunque terminara promoviendo el comercio ilegal. Es el peligro de utilizar los medios como herramienta central de trabajo. La publicidad tiene sus leyes: la consigna debe ser fácil. Si se necesitan tres frases, no sirve. Es “muera” o “viva”. Y es un peligro en temas delicados, donde las soluciones son complejas. Con los derechos de los niños es igual: cualquiera comparte la idea de que deben dedicarse a estudiar y jugar, como martilla una propaganda en el interior. Pero donde yo vivo, una zona rural de Mendoza, los hijos de los puesteros llegan del colegio y traen las cabras, que es como hacer las camas para un chico de ciudad. En Capital, si dejan de trabajar los 4.000 chicos cartoneros, debiera haber una organización pensando cómo contenerlos. Pero las ONG son especialistas: “El resto no me compete”. –¿Hay otros ejemplos de ayuda interesada?–Esto no es gratuito. Hay una gran cantidad de dinero circulando. El indigenismo y los derechos de la mujer son las causas preferidas de todos los ministerios de cooperación europeos y norteamericanos. España gasta millones en promover los derechos de la mujer en Latinoamérica, cuando tiene cifras escandalosas de violencia familiar. ¿Qué permite la promoción en otros países de derechos que no están resueltos en el propio? La capacidad económica. La Argentina tendría el mismo derecho de promover en el exterior las mismas causas, no hay una superioridad ética. La promoción de causas por ONG extranjeras o con fondos extranjeros tiene la potencial posibilidad de una aplicación reaccionaria, destructiva y nefasta para los países del Tercer Mundo. Un buen ejemplo es el derecho de autodeterminación de las naciones, que nadie puede cuestionar y si se lleva a sus máximas consecuencias implica la separación. Esta idea se puede promover bajo la égida de unidad: “podés irte ahora o en cien años porque lo ponemos en la Constitución, pero no te vayas. ¿Qué vas a hacer solo?”, o bajo una voluntad de separación: “Tenés derecho, te oprimieron toda la vida, nunca trajeron un centro de salud, separate que te vamos a ayudar”. Es lo que está pasando en Bolivia: reclaman la autodeterminación unidades de 39 personas. Una multinacional como Shell o Esso los puede convertir a todos en millonarios. En los liderazgos indígenas andinos hay un alto grado de corrupción.Orduna, que “huyó” de la Universidad de Paris VIII luego de mayo del ’68, reconoce que su libro “es chocante, aunque no debiera serlo. Cité norteamericanos y europeos para mostrar que la crítica de ciertos aspectos es internacional. Lo sorprendente es que en la Argentina y los demás países subdesarrollados no la haya. El periodismo del subdesarrollo considera palabra santa lo políticamente correcto, lo que viene de organismos como Naciones Unidas, como si las personas que llegan a los altos cargos de las agencias fueran ajenas a intereses e influencias, cuando es todo lo contrario.”–¿Cuáles son las principales críticas en el exterior?–Las mismas que hago yo. Hay profesores que llaman a su materia “Ecología e Imperialismo”. Después está la crítica de cuestiones puntuales, si fraguaron un spot publicitario, pero no es importante. Sólo demuestra la presión que reciben de la estructura en la que están inmersos: los donantes, gobiernos, situaciones políticas complejas.–¿Las ONG ecologistas son las nuevas armas del imperialismo?–Sí, aunque no la única. Al progresismo latinoamericano, el imperio lo está corriendo por izquierda, cuando lo sigue esperando por derecha.–Greenpeace, una de las “big green”, parece la más activa en el país. ¿Es así?–Si bien es de las más visibles, hay otras sin presencia mediática financiando proyectos que les presentan ONG locales. Y si no pueden financiarlas, les proveen una inmensa cantidad de información, material que se supone “científico” pero que es bastante discutible.–¿El conflicto por las mineras en la Argentina es genuino?–Se mezclan cosas distintas. En varios de nuestros países, la corrupción y otros elementos hacen que la explotación no sea rentable para el país. Los ecologistas tratan de respaldar la lucha contra la contaminación con argumentos de economía. Estamos de acuerdo en que las minas no deben contaminar, pero de ahí a decir “no a la minería”, como he visto en carteles en Capital, es un escándalo, como si dijeran “no a la agricultura” porque Monsanto y Cargill se llevan la mayor parte de la producción granera. La minería es indispensable como fuente de desarrollo industrial.–Dice que Ecuador puede perder la soberanía sobre las Galápagos. ¿Hay una región comparable a esas islas en la Argentina?–La Patagonia es un problema. Hace poco, líderes indígenas reclamaron la mitad de la provincia de Jujuy. Si no está tan avanzado como en Galápagos, donde es posible que el país pierda todo margen de soberanía, acá se ven factores que indican ese camino. Si algo es demasiado importante para la humanidad, ningún país va a tener derecho a tomar decisiones sobre eso. La promoción del pánico, la exageración del valor de la biodiversidad de ciertos territorios, los pactos internacionales van generando un clima que dice: “Estos territorios son demasiado importantes para dejarlos en manos de los países del Tercer Mundo, que encima son recorruptos, con escaso desarrollo científico-intelectual: tenemos que asumir esta responsabilidad”.–¿Quiénes?–El poder. Los ministros de planificación y economía de países como Suiza o España, muy escasos en recursos, no pierden el tiempo tratando de encajar al cuñado una concesión. Trabajan pensando en la supervivencia de su país, en un mundo donde reinan las malas artes. –¿Evaluó el peligro de “jugar” para las multinacionales que dañan el ambiente?–Sí, por supuesto, pero alguien tiene que decirlo. El argentino, si bien ve televisión y compra Coca Cola, tiene reticencia a tomar como palabra santa todo lo que venga de los medios. Y sospecha que algo no es del todo claro en el auge ecologista. El fundamentalismo ecologista convierte a una chimenea en un escándalo. Si paso por Atucha con un norteamericano, me enorgullezco porque mi país tiene físicos nucleares, universidades, cultura, desarrollo. Mostrarle lo lindos que son los ñandúes no dice nada de mí ni de mi pueblo. Pero la fuerza de la publicidad puede imponer la idea de que toda industria es hasta visualmente contaminante. Es fácil vender esa idea a jóvenes con bajo grado de educación. Decir no a la energía nuclear es gravísimo, cuando fuertes sectores dentro de la ecología no ven una salida ecológica mejor que la energía nuclear. Pero decís “Chernobyl” y ya está, andá a explicar todo lo otro.






Revista Veintitrés, 24 de setiembre de 2008.




Emilio Vera Da Souza (everadasouza@gmail.com)



Ecos



Recién sale el libro. Desde el título, el subtítulo y la pequeña imagen que ilustra el centro de la tapa es impactante. Lo que les puedo contar es que su autor, Jorge Orduna, es mendocino. Eso no basta para calificar su trabajo.
Pero, con esto quiero decir que tenemos suerte de que el autor de “Ecofascismo, las internacionales ecologistas y las soberanías nacionales”, vive y anda entre nosotros. La suerte, pienso, es porque al estar tan cerca podremos preguntarle, requerirlo, profundizar en lo oculto. ¿Por qué nos llega ahora su octavo libro y no tuvimos noticias de sus anteriores investigaciones y publicaciones?, y ¿por qué se le ocurrió investigar sobre este tema? ¿Por qué elegir un tema que seguramente va a generar polémicas, contradicciones, más dudas y va a desterrar algunos asuntos que ya teníamos como verdades bien guardadas, bien ordenadas, acomodaditas en el lugar en donde uno guarda las cosas impecables?Luego de que en estos últimos años todos nos dispusiéramos a tomar postura sobre el tema de las pasteras sobre el río Uruguay, sobre el uso de alimentos transgénicos, sobre los fertilizantes y los productos orgánicos, sobre la minería a cielo abierto, sobre el uso del agua, sobre la necesidad de obtener recursos, Jorge Orduna nos introduce en un tema que nos hace repensar lo que ya teníamos pensado.Orduna investiga sobre un caso en el que nadie había profundizado tanto y tan hondo. Las islas Galápagos han sido estudiadas por su hábitat, por su historia, por la relación de su ecosistema, de su naturaleza. Pero nadie, hasta Orduna, se había metido a intentar saber sobre los intereses económicos que hay detrás y sobre la ideología que mueve a esos intereses, sobre los planes a futuro de los involucrados y sus relaciones asociativas mundiales, y la filosofía o doctrina que les dio origen.Y lo interesante para nosotros es que el autor de esta investigación que ahora se publica en formato de libro, está aquí cerca, vive en Potrerillos, por lo tanto le podremos preguntar sobre los detalles que encontró y las relaciones de su investigación con nuestra vida cotidiana. Incluso podremos cuestionar algunas de sus afirmaciones y saber detalles sobre lo que conoció mientras investigaba y no incorporó a las páginas del libro.Jorge hace un trabajo que nos lleva desde Charles Darwin hasta la última fiesta de la Vendimia, desde algunos puntos poco difundidos de la ideología nazi hasta los intereses geopolíticos nacionales. Las áreas protegidas, la ideologías de los verdes, la biodiversidad, la ecología y los periodistas y el rol de los medios, los científicos y el desarrollo de la ciencia y el desarrollo local. Con los elementos de que dispone en su libro, este periodista y ensayista nos invita a meternos a fondo y dudar de algunas certezas que pensábamos indudables: ¿nos conviene hacer exploraciones mineras?, ¿es mejor dejar las riquezas guardadas en la cordillera?, ¿qué intereses están detrás de los que se oponen sistemáticamente a cualquier signo de progreso de las personas?Jorge Orduna ha trabajado en distintas y difíciles instigaciones y sus artículos publicados en diarios y revistas de Ecuador, Perú, España, Brasil, México, Bolivia y Argentina. Sus libros han caminado por la sombra de lo oculto mientras investigaba las redes de la droga en el mundo, el ocultismo, las organizaciones no gubernamentales internacionales y los orígenes de sus dineros, las consecuencias de la doble nacionalidad de los argentinos, los inmigrantes, la relación que tenemos con lo europeo y nuestra argentinidad, los porteños, el interior y el centralismo. Pero recién ahora lo venimos a descubrir. Aprovechemos que lo tenemos cerca.
Ecofascism Ecofascisme